LIBROS

LA VERDAD DE LOS VIKINGOS: LA CIVILIZACIÓN VIKINGA EN EL CINE

LIBRO ESCRITO POR MÍ Y EDITADO POR MADRILENIAN

Título: La verdad de los vikingos. La civilización vikinga en el cine.
Autor: Carlos Luis García Pacheco
© Madrileña de Juegos, Creativos y Literarios, -
Nora GCL, 2015

ISBN: 978-84-940898-5-5
600 Páginas incluyendo:
- 456 imágenes y fotogramas
- 9 fichas cinematográficas
Con prólogo de Luis Alberto de Cuenca.
Dimensiones: 150x210




¿Cómo eran de verdad? 
¿Quiénes fueron? 
¿Por qué arqueología y cine?

El objetivo de esta edición ha sido dar a conocer la cultura vikinga  de una forma amena y tratar de salvarla del oscurantismo en la que ha estado inmersa desde la Edad Media, y todo ello partiendo del séptimo arte como fuente de documentación. Este libro no es  sólo un trabajo que usa el cine para analizar cómo se han trasladado los conocimientos históricos y arqueológicos de la civilización vikinga en este medio audiovisual, sino también un análisis de cómo el cine utiliza la arqueología en sus recreaciones visuales, tema poco explorado y enormemente interesante que puede ayudarnos a entender el grado de implicación y la importancia de esta disciplina en la sociedad contemporánea, más allá del ámbito académico.  

Y aunque el cine es el verdadero Knorr de unión del presente  compendio vikingo, es a su vez un motivo para conseguir una de las ediciones más completas sobre la civilización vikinga, toda una unión de arte, mitología, historia, arqueología, sagas y literatura.

DESCRIPCIÓN DEL DISEÑO DE LA CUBIERTA DE 
LA VERDAD DE LOS VIKINGOS:
LA CIVILIZACIÓN VIKINGA EN EL CINE.

El objetivo de la portada del libro La verdad de los vikingos: la civilización vikinga en el cine, ha sido el de mostrar una faceta nueva y desconocida sobre esta increíble civilización. La palabra vikingos siempre ha suscitado una serie de tópicos en el imaginario colectivo que aún  hoy se mantienen inamovibles e indisolublemente unidos a esta cultura. Hombres robustos, barbados, violentos, cascos con cuernos, barcos dragón…, son sólo unos ejemplos de esos lugares comunes a los que nuestro inconsciente colectivo, como diría Carl G. Jung, nos lleva cuando pensamos en esta civilización. Conocemos esos datos como si fuéramos expertos sobre el tema, aunque curiosamente jamás hayamos leído nada sobre ellos.
La mayoría de estos tópicos se deben al bombardeo de imágenes icónicas a las que la sociedad ha estado sometida desde el surgimiento del cine y la televisión, herederos ambos medios del mundo pictórico y teatral, pero que han sabido imponerse durante más de un siglo impregnando la realidad con sus manufacturas audiovisuales.
La esencia del libro La verdad de los vikingos es precisamente dar a conocer la verdadera civilización vikinga y desmitificar esos tópicos partiendo del cine como medio de comunicación de masas. Se ha elegido este medio por su capacidad de influir en el espectador y de reforzar deformaciones de la realidad histórica, incluso arqueológica desde que surgió a finales del siglo XIX.
Dado que la premisa del libro es comparar la ficción fílmica con la realidad histórica arqueológica sobre el mundo de los vikingos, he optado por emplear una serie de elementos característicos de los dos protagonistas de este libro (cine y vikingos). Se me ocurrió que los elementos más característicos del séptimo arte eran sin duda la mítica cámara cinematográfica antigua y la cinta de celuloide, pero ya que la editorial me pidió cierto surrealismo, decidí conformar elementos cinematográficos con restos de la arqueología vikinga o viceversa, es decir, conformar elementos de la civilización vikinga empleando elementos típicos del mundo del cine. Debía de ser una portada original y llamativa, lo cual no es difícil partiendo del hecho de que la cultura material de los vikingos es rica en elementos que reúnen ambos adjetivos, pero que por desgracia no trascienden tanto quizás porque no evocan esos lugares comunes de los que antes hablaba.
Los vikingos no sólo fueron grandes navegantes y guerreros, también fueron refinados artesanos que supieron elaborar unas piezas que hoy en día fascinan a los investigadores cuando son descubiertas en algún  yacimiento y que nos muestran un  lado de los vikingos más amable y humano, pero igualmente fascinante que quizás no es tan comercial pero que es esencial para el conocimiento de esta impresionante cultura y que puede ayudar a romper ese molde que dibuja a los vikingos como bárbaros del norte.
Cuando en el año 1904 fue excavado el túmulo de Oseberg en Noruega la opinión pública tuvo que aceptar que los vikingos no sólo eran como nos lo reflejaban las crónicas de la época, escritas por aquellos que sufrían los saqueos de los hombres del norte, sus víctimas, y que por lo tanto daban una visión sesgada de la realidad y poco objetiva, e incluso como se nos dibujaban en las sagas escritas por cristianos varios siglos después del ocaso de la era vikinga y que no son fuentes históricas sino más bien literarias. Lo que demostró el hallazgo de Oseberg fue  que estábamos ante una civilización equiparable en refinamiento, a otras culturas que se llevan la admiración de la mayoría de arqueólogos, como por ejemplo la civilización romana.
El ajuar encontrado en Oseberg permitió descubrir una cultura paralela. La tumba-barco de una aristócrata de principios del siglo IX se encontró enterrada en este túmulo acompañada  de suntuosos bienes materiales que se suponen les acompañan  a su otra vida pero que también simbolizaban su estatus social.  Un impresionante velero real que albergaba entre otro bienes, un carro, cuatro trineos, cinco camas, una silla, cinco postes con cabeza de animal, y todo ello exquisitamente tallado en madera, el medio natural con el que trabajaban los hombres del norte, empleando seres extraños que se entrelazan entre sí con una perfección y armonía que sobrecoge a todo aquel que ve de cerca los motivos decorativos tallados a la perfección, sin un solo error y trazados sobre la madera de forma milimétrica. Obra de seis maestros artesanos alguno de los cuales han sido calificados como maestros del barroco por su vigor y magnificencia en el trabajo. Precisamente estas razones me han llevado a darle tanta importancia a los hallazgos de la sepultura de Oseberg para la portada de este libro, porque considero que puede ayudarnos a romper de una vez por toda una lanza a favor de esta ignorada civilización.
Ya han corrido ríos de tinta desde este descubrimiento y a día de hoy podemos hablar de arte vikingo con todas las letras. Es precisamente en este barco-tumba de Oseberg donde  se aprecia el primero de los seis estilos del arte vikingo  que la historiografía convencional clasifica y que se conocen como estilo Oseberg, estilo Borre, estilo Jelling, estilo Mammen, estilo  Ringerike y estilo Urnes. Aunque se sucedieron en el tiempo no se sustituyeron sino que convivían un tiempo hasta que definitivamente triunfaba el nuevo estilo.
Estilo Oseberg: Estuvo vigente desde el 800 hasta el 870, aproximadamente. Se caracteriza  por presentar un animal sin precedentes en Escandinavia y que resulta imposible de identificar pero que se describe como un animal que se agarra a todo lo que hay cerca de él, denominado “Gribedyr” que significa precisamente eso, “el animal que agarra”. Está presente  tanto en el propio barco de Oseberg (Fig. 109) como en algunas de las cabezas de dragón que se encontraron en él. Esta extraña figura no  tiene siempre el mismo aspecto, pero siempre aparece contorsionada y aferrada a los demás  elementos decorativos que la rodean. A veces se describe como “menudos y gordos animales de presa, chatos y de ojos desmesuradamente abiertos”, otras como “extraños y rollizos animales rampantes”.
Estilo Borre: El nombre de Borre (Noruega) se debe a que fue en el primer lugar donde apareció este motivo característico. Su presencia se percibe desde el 850 hasta aproximadamente el 950. Se emplea para decorar objetos de adorno personal como colgantes o fíbulas, y es un estilo más geométrico y formal que suele describir cadenas de círculos y cuadrados enlazados (cadena de anillas). El motivo principal es el de un animal con la cabeza vuelta hacia atrás y con las ancas terminadas en espirales.
Estilo Jelling: El principal lugar donde se descubrió este estilo zoomorfo fue en Jelling (Dinamarca), en una copa de plata que formaba parte de un ajuar funerario. Aparece a principios del siglo X  y perdura hasta más de la mitad de este siglo, por lo que convivió un largo periodo con el estilo precedente. Se trata de figuras de animales más estilizadas y de aspecto más nítido, con forma de cinta y que tienen la peculiaridad de que con su cuerpo forma una “S” entrelazándose en ocasiones con otra figura de iguales características.
Estilo Mammen: Entre las pertenencias encontradas en la tumba  de un  caudillo en Mammen (Dinamarca)  había un hacha profusamente decorada con una intrincada presencia de motivos animales y vegetales.  Surge a mediados del siglo X y si bien los motivos vegetales suelen definirse como zarcillos, el animal no siempre es identificable. Este mismo motivo aparece en una de las caras de la famosa piedra rúnica del Rey Harald Diente Azul  de Dinamarca. En ella el animal aparece con una forma claramente identificable que suele describirse como un gran león y entre los zarcillos puede apreciarse la figura de una serpiente luchando con él.
Estilo Ringerike: muy similar al estilo anterior, éste estará presente durante buena parte del siglo XI. Aunque su uso será casi exclusivo en piedras rúnicas, de hecho su nombre proviene de piedras rúnicas de Noruega donde aparecían representados, también puede apreciarse en elementos de metal, como la veleta de Heggen. Será como una especie de evolución del estilo anterior donde   volvemos a ver los zarcillos pero en este caso no forma espirales tan pronunciadas sino que presentan una forma más rectilínea y agrupada.
Estilo Urnes: Se identificó a partir de las tallas que presentaba la fachada de una iglesia de Noruega. Surgió  en torno al 1050 y se prolongó hasta el siglo XII. Se caracteriza por unos intrincados diseños donde se mezclan unos animales similares a las gacelas y entrelazado en raíces finísimas. Este arte supone para los especialistas el comienzo de la decadencia del arte propio vikingo, que irá desapareciendo paulatinamente hasta adoptar el arte románico.

               Una vez aclarados los estilos artísticos que podemos encontrarnos en el mundo vikingo, retomemos el hilo del significado que tienen los elementos de la portada del libro La verdad de los Vikingos: la civilización vikinga en el cine, y que se muestra a continuación.
Como ya apuntábamos, el objetivo del libro era el de analizar la representación de la civilización vikinga en el cine. La metodología  ha consistido en seleccionar una serie de películas a partir de las cuales se han ido tratando aspectos característicos de esta cultura tales como sus enterramientos, vestimentas,  armamento, etc.; contrastando en todo momento la representación del filme con la realidad histórico-arqueológica o viceversa, es decir, analizando  cómo eran ciertos aspectos del mundo vikingo y contrastándolos con la ficción fílmica. En cualquier caso la premisa ha sido la de conocer cómo el séptimo arte reconstruye y nos da a conocer los aspectos esenciales de la civilización vikinga.

Conformar una cámara de cine antiguo usando elementos de la arqueología vikinga me pareció original, pero quería que estos elementos mostraran un lado diferente sobre los hombres del norte y por eso me centré en su arte decorativo. Existen muy buenos libros sobre diseños de arte vikingo, para la portada usé el de Smith, A. G., 2000. Viking Designs. New York: Dover Publications Inc; y el de Davis, Courtney.,2000. Celtic and Old Norse Designs. New York: Dover Publications Inc. Pero vayamos por partes.
He querido llamar la atención del lector con una composición surrealista donde se capte en seguida la esencia del libro. Como si fuéramos espectadores de una película, mirando la portada a cierta distancia se aprecia perfectamente la silueta de una cámara, pero a medida que nos acercamos y prestamos atención vamos atisbando ciertos elementos de la cultura material de los vikingos, profusamente decorados, empleando los motivos de los estilos artísticos que cultivaron los hombres del norte y que antes hemos mencionado. Era una buena metáfora de lo que se pretendía con este libro, que el lector lo leyera como un espectador de cine y a medida que  avanzaba entre sus páginas con mirada  crítica fuera descubriendo a los verdaderos vikingos.
En la parte superior, emulando a los rollos de celuloide he usado dos broches decorados con el estilo Urnes. El de la izquierda es un broche de bronce dorado hallado en Pitney , Somerset, Inglaterra. Representa la versión angloescandinava del estilo Urnes. Se trata de un animal enrollado combatiendo con una serpiente que le muerde el cuello.  El de la derecha es la base de un broche de tambor encontrado en Tändgarve, Suecia. En él vemos cuatro animales serpentiformes, cada uno ocupando un cuarto del espacio ornamental disponible formando un patrón simétrico. Estas dos  piezas no sólo representan la capacidad artística de los vikingos sino, que en el caso del broche de Pitney, también su influencia en Inglaterra y el mestizaje cultural entre la población anglosajona y los colonos escandinavos, dando lugar a una simbiosis artística  que se denomina estilo angloescandinavo. Pero además al emplear broches estaba informando al espectador de la portada, que los vikingos no vestían como se nos indica en la mayoría de representaciones cinematográficas con unas toscas pieles sin ningún tipo de forma específica,  como si el vikingo acabara de matar a un animal y se hubiera puesto su piel encima, como si no supieran confeccionar tejidos. El cine es en buena medida el causante de esa errónea concepción de la moda de los hombres del norte  o, mejor dicho, el que terminó de popularizar esa creencia porque en realidad fueron las obras de Wagner las que las que sirvieron de inspiración.
La imagen del vikingo mugriento y cubierto de pieles sin tratar no se corresponde con la realidad que conocemos o al menos no con toda la realidad. Es cierto que en las sagas  se nos mencionan a unos personajes muy peculiares conocidos como Berserker, se trataban de una clase especial de guerreros  que luchaban poseídos en un estado de éxtasis, el nombre significa “piel de oso” y hacía alusión al tipo la piel que usaban para cubrirse a modo de capa. Es muy probable que, junto con la estética wagneriana, la existencia de estos guerreros en el mundo nórdico haya ayudado a popularizar la creencia de que los vikingos llevaran este tipo de atuendos. Sin embargo, hay que decir  estos eran una ínfima minoría pues como veremos los  vikingos  supieron confeccionar prendas de alta calidad. Para ellos la vestimenta servía entre otras cosas, para recalcar el estatus social, sí usaron pieles pero tratadas y más como un ornamento de la vestimenta que como ropa en sí. Empleaban sobre todo lana de ovejas y la sometían a un proceso laborioso donde la limpiaban para eliminar residuos, la peinaban con peines de hierro para suavizarla y desenredarla y por último fabricaban hilos con los que trabajar en un telar.  
A este respecto hay que decir que los tejidos que empleaban los vikingos para confeccionar su ropa eran básicamente tres: la lana, el lino y la seda. Evidentemente el tipo de tejido dependía en buena parte del estatus social y económico del portador. Así, una persona pudiente  perteneciente a la clase alta podía permitirse una indumentaria más sofisticada por lo que era  habitual verle ataviado con mayor número de prendas entre ellas  tejidos de seda, mientras que para el pueblo raso  y los esclavos lo normal era que su indumentaria fuera escasa, funcional para el desempeño de sus actividades  y  que estuviera hecha  simplemente de paños de lana (vadmal).  
Las fíbulas y los broches se usaban para sujetar las prendas adicionales. Los broches de disco eran usados sobre todo por las mujeres, pero los más habituales en la vestimenta femenina eran los ovalados que se usaban en pareja para sujetar las tiras de la falda delantal de su  vestido, y uno trilobulado en el cuello para sujetar la túnica de mangas largas (Fig. 97). Se fabricaban en serie mediante moldes de arcilla sobre el que se vierte el metal fundido. Los metales empelados proceden en la mayoría de los casos de la reutilización de las monedas que llegaban del comercio con Oriente y que eran reaprovechados por los orfebres locales. Además de este tipo de ornamentación, las mujeres solían llevara abalorios de todo tipo pero sobre todo, de cuentas de vidrio policromadas, ámbar y  piedras semipreciosas (Fig. 98). El vidrio se sacaban de los vasos que llegaban de Renania y el ámbar procedía de las costas del Báltico y Jutlandia. Con respecto al hombre, la joyería más habitual fueron los broches algunos eran sumamente ostentosos y llegaron a tener un diámetro de 20 cm y un alfiler de 50 cm. Los emplearon tanto anulares como  penanulares (Fig. 100) o con  anillo abierto de plata que normalmente eran decorado y que tenían diferentes subtipos, entre ellos el “de bola” que poseía unas protuberancias esféricas en el extremo a veces decoradas al estilo “brambling” que las dotaba de una apariencia como de mora, pero también se decoraban con filigranas, con incrustaciones de ámbar, vidrio, incluso adornados con cabezas barbadas.
Siguiendo con otros elementos de la portada. Para el visor y el cuerpo de la cámara he empleado dos de las 22 láminas talladas en cornamenta de alce, perteneciente a una de las obras maestras del estilo Mammen, me estoy refiriendo al cofre de Cammin, que fue conservado en la tesorería de la Catedral de Cammin (Kamien), en  el norte de Polonia, a modo de relicario, hasta que fue  destruido en la Segunda Guerra Mundial. Aunque existen fotos y moldes del original, hay que decir que existe una réplica en el museo nacional de Dinamarca, en Copenhaguen. El cofre presenta una forma abombada que recuerda a los salones de madera de las fortalezas de Trelleborg y Fyrkat del siglo X, construidas durante el reinado de Harald Bluetooth.Como decía, el cofre está cubierto con veintidós láminas talladas en cornamenta de alce donde aparecen motivos de animales, cabezas de aves y ornamentos vegetales entrelazados unidos con tiras de bronce dorado.
Para el objetivo de la cámara he usado una de las cientos de piedras runas conmemorativas que dejaron los vikingos. Se trata de una piedra runa de la Iglesia de Ardre, Gotland (conocida como Ardre III).En ella aparecen motivos perteneciente al denominado estilo Urnes, un par de animales en forma de S, cuyos cuellos están unidos por una cinta,  incorpora además  dos figuras pequeñas, una de ellas en el centro alzando un anillo. En el borde de la piedra se puede leer una inscripción rúnica conmovedora que dice: Óttarr y Geirhvatr y Eihvatr, erigieron la piedra en memoria de Líknhvatr, su padre.
En alguna ocasión escuché a alguien mencionando que los vikingos, si eran tan bárbaros como se nos cuenta, eran un pueblo ágrafo, es decir, que carecían de escritura. Pero esta afirmación es totalmente errónea. Los vikingos tenían escritura, empleaban el alfabeto rúnico. Este alfabeto estaba compuesto por una serie de letras llamadas runas que se grababan a modo de epígrafe en distintos objetos, como peines, espadas, pero sobre todo en piedras. El alfabeto más antiguo constaba de unas veinticuatro letras y era conocido como futhark que corresponde a los sonidos fonéticos de sus seis primeros caracteres (f, u, th, a, r, k), posteriormente se redujeron a dieciséis y fue conocido como “futhark joven”, que era la empleada por los vikingos. Se piensa que surgió a partir del alfabeto latino, concretamente en Dinamarca en torno al siglo II y desde aquí se extendió a Escandinavia, Europa central y las Islas Británicas. Puede que los vikingos no emplearan su escritura para dejar por escrito su historia, como hicieron otros pueblos como los griegos o los romanos. Pero a día de hoy las runas con sus mensajes cortos nos ayudan a entender mejor a esta civilización, y por encima de las propias sagas nos pueden dar una idea más próxima a la forma de pensar de este pueblo.

Continuando con la portada he de decir que para el trípode de la cámara así como para la formación de la V en las palabras verdad y vikingos he empleado unos motivos característicos que aparecen tallados en varias cruces en la Isla de Man. Estas cruces son ejemplos tempranos del estilo Mammen fuera de Escandinavia. Una es la cruz de Thorleif y la otra la cruz de Odd, ambos monumentos se conservan en la iglesia de Kirk Braddan y pueden ser la obra del mismo escultor. En ambas cruces vemos una banda ondulada, llena de bolitas, que conforman un animal entrelazado en forma de S con su propia cabeza y del que brotan extensiones similares a plumas y elementos foliares al estilo Mammen.
Hay que decir que en la Inglaterra anglosajona antes de la llegada de los vikingos las cruces de piedra eran unos monumentos muy populares, pero a medida que los vikingos  fueron conquistando territorios y se establecieron en el famoso Danelaw esas cruces se convirtieron en un testigo ineludible de la presencia de los hombres del norte y en una prueba del mestizaje cultural entre ambas civilizaciones pues empezaran a decorarse con los motivos artísticos escandinavos, dando lugar a una realidad distinta que suele denominarse estilo angloescandinavo, como ya se mencionó antes.

Para el motivo del fondo de la cubierta me he decantado por un intrincado diseño tomado de un tablero del que se conoce como cuarto trineo de Oseberg, encontrado en el famoso enterramiento antes citado. No sólo demuestra una vez más la capacidad artística de esta civilización sino que además me pareció interesante y original darle importancia a otro de los vehículos que fueron bastante populares en el mundo escandinavo, del que nadie dice nada, y que junto con esquís y patines se usaban para desplazarse en invierno  por las tierras heladas del norte, y también para transportar mercancías, a veces remolcados por bueyes y caballos.

Por último, no podía pasar por alto la imagen más característica empleada por los diseñadores para las portadas sobre vikingos, y que cualquier apasionado de este mundo no tarda en identificar, me refiero a los famosos mascarones de proa de los barcos vikingos. Tenía que buscar un elemento que al instante evocara a esta civilización, así que una vez más he empleado el barco encontrado en Oseberg cuya proa termina en la cabeza de una serpiente que se enrolla y cuya popa hace lo propio pero con la cola del reptil. Una de las características básicas en las naves vikingas era el tener la proa y la popa simétricas, así como contar con una misma estructura externa construida mediante hileras de tablas de madera que se solapan unas con otras en su parte superior, como si fueran las tejas de una casa,  a esta técnica se le llama “tingladillo”. He intentado imitar esta técnica con la superposición de celuloide para advertir al lector sobre esta peculiar característica de los barcos vikingos. Además, nótese que las perforaciones del celuloide dan sensación de imitar aún más al famoso barco de Oseberg que apareció ricamente tallado por encima de la línea de flotación.
 Debajo de esta proa hecha con celuloide se me ocurrió insinuar el mar, el medio favorito en el que los vikingos supieron desenvolverse como nadie. En este sentido he usado de inspiración un motivo serpentiforme tallado en otro de los vehículos de trasporte empleado por ellos, el  carro, concretamente el de Oseberg; que también apareció profusamente decorado con escenas figurativas  y animalísticas en forma de cinta que se van entrelazando entre ellos. El hallazgo de este carro en la famosa sepultura es además interesante porque el soporte sobre el que descansa el remolque del carro estaba rematado con cabezas humanas talladas que nos ayudan a hacernos una idea de la estética y apariencia de los hombres del norte.
En cualquier caso, lo que me interesaba es que la proa de celuloide y el agua me han servido para realizar otro guiño al objetivo de este libro y a sus dos protagonistas (el cine y los vikingos). Usar la cinta de celuloide del que estaban hechos los rollos de película sobre los que ha quedado grabado tanto tópico sobre los vikingos a lo largo de la historia del cine y combinarlo con motivos decorativos de los vikingos me pareció otra idea original que me servía para reflejar una alegoría. Lo que quería era insinuar  que el cine siempre parece imponerse, siempre parece navegar por encima de la realidad histórica arqueológica. Como digo en las conclusiones de este libro, el cine  suele indagar muy superficialmente a la hora de recrear, y sin embargo, prevalece su visión ficticia por encima de la realidad. Existe un claro intento por inspirarse en los hallazgos arqueológicos del periodo vikingo,  pero cuando en algún caso se consigue una representación fiel descuida otros aspectos de su cultura. Cuando analizamos los elementos de una forma minuciosa nos damos cuenta de que el cine no indaga demasiado, sino que sólo rasca la superficie, de ahí que la cinta de celuloide represente a un barco vikingo que navega por la superficie del agua representada por una exquisita talla realizada por esta civilización que imita el medio de comunicación más popular de esta increíble cultura. Lo que he querido demostrar es básicamente y resumido en una frase, que la ficción supera la realidad, por desgracia para los vikingos.
En definitiva con esta portada lo que pretendía era hacer un homenaje merecido a los vikingos, dibujarlos como navegantes, pero también como artesanos,  y gente culta que poseía su propio sistema de escritura, y  dar a entender al lector que nuestro libro es un libro para todo el mundo, porque los que no sepan nada de los vikingos se enterarán por fin de todo lo concerniente a esta asombrosa civilización, y a los que les guste esta cultura disfrutarán leyendo algo nuevo sobre ella.  


Analytics